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La enseñanza del derecho entre los romanos, a la que solo accedían los jóvenes de familias acomodadas, tenía lugar en las escuelas de Lengua y Retórica. Allí se contribuía a desarrollar la lectura, la agilidad mental, la facilidad de palabra y la capacidad dialéctica del individuo. Y, fundamentalmente, se enseñaba a exponer los argumentos del modo más adecuado, siempre conservando un profundo respeto por la herencia de los autores clásicos. Uno de los mayores representantes de esta escuela fue Cicerón. Este, además de ser abogado, condujo la prosa a su más alta elevación, siendo enormemente influyente en los escritores posteriores. Hablar y escribir eran para Cicerón deberes patrióticos.
El abogado está sometido a una gran presión. Hay quienes por ello se enfrentan a la necesidad de vaciar el alma de aquello que los atormenta por medio de la escritura.
Comencé a escribir, siendo alumno de la Universidad de Damasco, por culpa de una mujer. Mi primer libro, Azahares de Granada, ambientado en la España musulmana, fue publicado en España y también en el Líbano. Así empecé. Y la satisfacción fue tal que quise aventurarme en la escritura de un segundo libro. Copla al recuerdo de Manila, situado esta vez en Filipinas durante la época de la guerra de Cuba. Este libro recibió cuatro premios. Fue prologado por el académico más antiguo de la Academia Filipina de la Lengua Española y publicado por la Unión de Escritores de Cuba y el Grupo Planeta.
Pero nada es fácil en este mundo -mucho menos en este mundo tecnológico en el que los móviles nos arrebatan el poco tiempo del que disponemos. Escribir una obra requiere mucho tiempo. No obstante, como la voluntad y el cariño por un oficio son lo esencial, pude concluir mi tercer proyecto literario en el 2018. Una novela histórica titulada La ciudad de las tres catedrales. Recrea un entramado de sucesos complejos en la Barcelona del siglo XIII y cuyo protagonista es el mismo San Raymundo Peñafort, patrono de los abogados.
Aunque no podía saberlo en aquel momento, me esperaba la grata sorpresa de muchos reconocimientos. Me convirtieron en “Socio de Honor del Ateneo de Alicante”, “Socio de Honor del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada”, “Ateneísta de mérito por el Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz”, “Caballero de la Orden de la Real Maestranza de Caballería de la Habana” y “Cófrade del Santo Cáliz”.
Decían que la abogacía y la escritura eran unas vocaciones ingratas, avariciosas y celosas que te requieren y solicitan. Pero la escritura, además, es una vocación desinteresada y altruista que implica darse a los demás mediante la palabra, pues el que escribe no espera nada. A lo sumo, espera que alguien lo lea y se acuerde de un abogado entusiasta que un día cometió la locura de dedicarse a la literatura.
Jordi Verdaguer Vila-Sivill
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