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Siempre me han llamado la atención las casas reales. La corona. Más allá de la pompa y privilegios que disfrutan los monarcas, la figura del soberano como símbolo vivo de la unión del país está siempre en boca de unos y otros. De ahí la importancia de que nunca deban bajar la guardia y siempre (siempre) mantengan la cabeza bien alta.
Hace cosa de un par de años, la BBC emitió el documental “The Coronation” a propósito del 65º aniversario de la llegada al trono de la reina Isabel II. Recuerdo a Su Majestad mirando analíticamente la corona, examinando e, incluso, golpeando suavemente sus piedras preciosas. De pronto, se dirigió seria al reportero a quien dijo que pesaba mucho por lo que, si no mantienes alta la mirada, puede partirte el cuello. Qué literal y, sobre todo, figurado resulta el comentario de la más longeva de las reinas.
Da igual que tenga diamantes, espinas o puntas en la superficie de un virus... Me pregunto si todo el que porta una corona, ansía portarla o, por el contrario, quiere huir de ella es consciente de su peso. El descuido (omisión, negligencia, falta de cuidado) del coronado puede romperle.
El cuerpo me pide escribir de liderazgo en vez de hacerlo sobre responsabilidad que, aunque tiene mucho que ver, no es exactamente lo mismo. Mis dedos acabarían señalando a todos esos deseosos de coronas de poder que ya han demostrado no tener la capacidad de soportar el peso de la enorme responsabilidad que conlleva. Desde luego, han demostrado no hacerlo con la fuerza necesaria ni, por supuesto, con la que tanto han criticado a reyes y “castas”. Quiero pensar que cuando alguien se empeña en portar una corona que le queda grande, le acaba aplastando. Veremos.
Hoy, hospitalizado, mantiene el humor con la entereza de quien soporta el tremendo peso de la “corona-virus” que nos recuerda que, si no queremos que nos parta el cuello, tenemos que mantener la mirada alta y responsable. Nosotros, al menos, sí.
Decía el poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios “no te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo y arremete feroz, ya mal herido”.
Con o sin piedras preciosas. Qué acertada la Reina de Inglaterra. Depende de nuestra entereza que no nos partan en dos. Porque una corona, lo sabemos desde hace 2000 años, puede ser de espinas o, incluso –ya con microscopio en mano– de puntas virales que te dejan los pulmones hechos añicos. Las coronas que nos ponen pueden ser peligrosas aun sin virus.
Respeto a la corona. Larga vida al rey que le toque llevarla. Padre, aguanta.
Carlos Cuesta Martín. Jurista. Alumni CEU.
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