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Hoy en día nos encontramos en un contexto social donde impera lo rápido, lo aparentemente útil pero no lo reflexivo. Es una realidad aplastante. Cuantas más cosas seamos capaces de hacer a la vez, mejor. Si además parecemos felices, sonrientes y seguidores de las últimas tendencias en cualquier disciplina nos darán un “like”. Y así nos creemos estar en el camino adecuado, con la mayoría.
Hay una cierta obsesión por la multitarea. Estar a varias cosas a la vez. Leer rápido, en diagonal. Oír música. Estar pendiente de los whatsapp, de lo que se publica en redes. Siempre subiendo aquella foto donde se nos vea felices. Hacemos varias tareas juntas en vez de realizar cada una, completarla y pasar a la siguiente.
Es cierto que la multitarea es una realidad y aunque lo deseemos no podemos escapar completamente de ella. la demanda del entorno nos lo pide. Internet nos ha dado un acceso inmediato a muchas cosas, ocio, conocimiento, interconexión, resolución de asuntos. La mayoría de las veces resulta muy útil en nuestro día a día.
Nuestro cerebro es plástico prácticamente a cualquier edad aunque especialmente en la niñez y en la adolescencia. Está preparado para cambiar estructuralmente por efecto de la influencia ambiental (Giedd, 2008).
La cuestión es si estaremos especializando nuestro cerebro para la realización de ciertas actividades. Y además con ello configurando una estructura cerebral que crece adaptándose a estos nuevos entornos digitales sin preguntarnos previamente cuáles son los costes cognitivos que puede llevar este proceso.
La multitarea excesiva conduce a mayores grados de estrés. También déficit en la atención y disminución de la eficiencia en el trabajo. Permite recompensas a corto plazo y esto hace que haya una tendencia a posponer los objetivos a largo. Además, las tareas simultáneas ofrecen una visión superficial de la información, en lugar de una comprensión profunda y exhaustiva.
El riesgo más importante que conlleva el abuso de la multitarea intensa y muy repetida en el tiempo es que puede retrasar el adecuado desarrollo de la corteza y del lóbulo frontal. Éste es el que nos permite funciones cognitivas complejas como observar la realidad en su totalidad, aplazar recompensas, razonar de forma abstracta o planificar.
La atrofia del lóbulo frontal define una serie de síntomas. Por ejemplo la dificultad para focalizar la atención, hiperactividad o problemas con la planificación. Hace que la realidad no se contemple de un modo total sino restringido. Crea problemas para el pensamiento abstracto y el razonamiento complejo junto con una disminución de las habilidades sociales por dificultades de empatía.
Las capacidades intelectuales desarrolladas en la “multitarea” están muy ligadas a la eficiencia y a la integridad del sistema nervioso. Implica velocidad perceptiva, tiempos de reacción cortos, capacidad de resolución de problemas sin conocimientos previos, etc. Estas funciones están determinadas por el estado neurológico y tienden a declinar con la edad. Según vayamos envejeciendo la rapidez de respuesta disminuye, un alto número de estímulos exteriores producen bloqueo y nerviosismo y falta de eficacia en la tarea.
Sin embargo, lo que perdura con la edad son las funciones cerebrales del lóbulo frontal. Como la capacidad de análisis, el razonamiento social, la categorización compleja, la planificación… Que en definitiva son las que facilitan la sensación de estabilidad, de aceptación, de seguridad.
Pero dediquemos un tiempo a desarrollar y fortalecer aquellas capacidades que nos pueden acompañar más tiempo. Apostemos por la lectura tranquila, pausada. Cuando veamos una película, estemos ahí. Si nos metemos en redes sociales, vayamos una a una. Esforcémonos por parar. Darnos cuenta qué tenemos entre manos, qué nos rodea. Este esfuerzo por estar en el momento presente nos va a traer más ventajas en el futuro que el ir volando de un lado a otro sin saber muy bien hacia dónde vamos.
Patricia Alarcia, Alumni CEU
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