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Aprender cosas… aprender conceptos, teorías, números, historia… ¿cuándo dejamos tiempo o espacio para aprender a conocernos a nosotros mismos? Aunque cada vez se le está dando más importancia a la gestión de las emociones para nuestro mejor autodesarrollo, aún lo dejamos para demasiado tarde. Aprendemos a identificar cuándo estamos tristes, a gestionar nuestra ira o frustración o a disfrutar de la alegría o del amor cuando la experiencia nos “obliga”.
¿Por qué no aprenderlo cuando somos pequeños? ¡Nos facilitaría tanto nuestra etapa adulta…!
En los Colegios CEU prestamos especial atención a las emociones. Nuestro proyecto educativo va más allá del currículo académico: además de formar en habilidades y competencias, formamos en valores. Por ello incluimos la gestión de las emociones en el aprendizaje desde los primeros años. Así, los más pequeños reflexionan sobre sí mismos, las acciones propias y ajenas, y cómo afecta nuestra actividad a quienes nos rodean. También aprenden a crear lazos con los demás, a valorarlos y a cuidarlos.
Un perfecto ejemplo son las iniciativas como La Granja de las Emociones, que desarrollamos en muchos de nuestros coles. Es un modelo ejemplar, en el que se enseña la importancia de educar y conocer nuestras emociones y las de nuestros hijos, una de las señas de identidad de nuestros centros.
Los niños aprenden a calmarse, a identificar sus sentimientos y cómo hablar sobre ellos. Así mejoran sus habilidades para relacionarse con los demás. Son más felices y, además, mejoran sus habilidades académicas.
El aprendizaje se encuentra asociado a sentimientos. Y los sentimientos son los que hacen que lo aprendido o experimentado se fije mejor en nuestra memoria.
Muchas veces no somos conscientes de las emociones por las que pasamos en el día a día. El trabajo, la rutina, las urgencias, el estrés nos come y hace que pasemos por alto muchas de ellas. Una mejora en la identificación y gestión de estas emociones nos facilita el proceso de aprendizaje. Los estudios en neurociencia confirman que para que los recuerdos se consoliden en nuestra memoria, es necesario que vayan asociados a una emoción. Las emociones positivas mejoran nuestra comprensión y motivación hacia el aprendizaje. Aunque nos son las únicas responsables, juegan un papel fundamental en los recuerdos a largo plazo.
En el proceso de aprendizaje, lo que abre la puerta a aprender es la emoción. Para que un recuerdo pase a consolidarse en nuestra memoria necesita estar vinculado a una emoción.
Lo que ocurre es sencillo: aumenta la actividad de las redes neuronales y se refuerzan las conexiones sinápticas. Mejora nuestra atención y se archivan las informaciones en estos circuitos neuronales. Estas despiertan en las personas la curiosidad y el interés… y por tanto el foco de la atención. Y así aprendemos.
Hoy en día se está empezando a dar la importancia que se merecen las emociones en el proceso de aprendizaje. Pasamos de un sistema más tradicional, frío y de pura repetición, a otro en el que los sentimientos entran como jugadores en el terreno de juego.
¡Nada de eso! Para saber manejar y gestionar las emociones nos hace falta la RAZÓN. La razón es el guía que controla las emociones. El reto está en conseguir el equilibrio entre los dos.
Debemos identificar, conocer y saber gestionar nuestras emociones porque nos influyen y en muchas ocasiones, nos gobiernan.
Así se llega a aprender aprovechando todos los niveles. Desde los niveles más básicos en el colegio, hasta las situaciones más complejas que se nos plantean a los adultos.
Comprender cómo reaccionamos y saber gestionar nuestras emociones es el primer paso para alcanzar el bienestar emocional, mejorar el aprendizaje, ser más productivos y vivir más felices.
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