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Cuentan que, en cierta ocasión, un abogado defendía a su cliente en un juicio algo acalorado. Aquel letrado logró una puesta en escena en la que no tardó en hacerse con la batuta para ser él quien, con firmeza y sensibilidad, acabase dirigiendo la orquesta.
Inciso. Me encanta la magia. No tengo la menor duda de que el éxito reside en saber hacerla y, por supuesto, en dejarse sorprender por rigurosos ilusionistas. Será por eso que soy firme defensor de tener un “mago de cabecera”. Curioso, ¿verdad?
El 11 de junio de 2007 –quiero pensar que no hace tanto– hice mi último examen de la carrera en la facultad de Derecho del CEU. “In Veritate Libertas” leíamos cada mañana al llegar a Avenida del Valle, 21. Pero, ¿no sé supone que quien hizo la Ley hizo la trampa? Con el tiempo, mis maestros me hicieron ver que la libertad consiste en que soy yo quien decide qué hacer con lo que aprendiera dentro y fuera de las aulas. Y que serían la verdad y la palabra mis mejores armas para convencer a clientes, adversarios y juzgadores, entre otros players.
Los magos, como los abogados, son buenos cuando logran puestas en escena en las que ellos deciden dónde tiene que mirar la audiencia y, sobre todo… dónde no tiene que mirar. En eso reside el arte de sorprender y, con éste, el de convencer. Con el tiempo, uno descubre, además, que la magia no tiene un pelo de mentira.
Llegados a este punto, es esencial aclarar que cuando hablo de “verdad”, lo hago de esa realidad (mágica, por qué no) que parte de la mejor formación e información. No hay más misterio. Ortega y Gasset diferenciaba entre la élite y la masa. Aunque sea duro de escuchar, no todos somos iguales. Las clases existen. Aunque, como decía el filósofo, son las clases de personas y no las sociales las que marcan la diferencia. Me explico.
Allí entendí que todo se podía y que, para conseguirlo, había que empezar por ser honrado con uno mismo, continuar siéndolo con el prójimo y, esencial, entender que llegar alto no siempre suponía crecer que era, precisamente, el requisito fundamental para pertenecer a la élite a la que se refería Ortega. Ya decía un par de siglos antes Calderón de la Barca al dirigirse a los soldados (quiero pensar que todos lo somos), que aquí a la sangre excede el lugar que uno se hace y, sin mirar cómo nace, se mira cómo procede. En mi alma mater, mi Universidad, interioricé que yo decidía la clase a la que iba a pertenecer.
El trabajo es importante pero, para crecer, la auto exigencia ha de ir de la mano de un verbo que, lamentablemente, ya no se conjuga: obedecer. Dejarse sorprender consiste, sin embargo, en eso. En elegir maestros y confiar en su experiencia cuando te dicen que es “aquí” y no “allí” donde tienes que mirar. Al final, en todo caso, tú decides.
En mi búsqueda de maestros pasé por la Universidad de Copenhague donde cursé mi cuarto año de Derecho. Regresé a España y el CEU se volcó porque entrase a formar parte del Despacho de abogados más prestigioso de Europa (en aquel momento). Allí descubrí la mejor escuela de derecho de los negocios y, mediante la estricta observación de sus reglas –muy respetadas y respetables– entendí que mi idea de abogacía era diferente. Iba unida a un ejercicio profesional basado en una persuasión mágica y de élite. Nada de trucos.
Actualmente, junto con mi socio, José Carles, dirigimos el Despacho más mágico y elitista (entiéndase en el contexto orteguiano a que me he referido) de España. CARLES CUESTA Abogados. Posicionados en los más prestigiosos rankings nacionales e internacionales, he de decir que todos esos reconocimientos son la consecuencia de un Camino (con mayúscula) en el que el rigor y nuestra capacidad de sorprender –y dejarnos sorprender– marcan la diferencia.
¿Cómo acaba la historia con la que empecé estas palabras?
Pues bien, finalizado el acalorado juicio, el abogado se dirigió a su cliente para preguntarle, en confianza, si era o no culpable. El acusado le contestó que, antes de entrar en Sala, estaba seguro de que sí pero que, después de escuchar los argumentos de su letrado, no lo tenía nada claro.
Que cada uno saque sus conclusiones.
Carlos Cuesta. Abogado.
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