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Recientemente, escuché decir a alguien que tenía menos miedo al COVID-19 que a todo lo que podía llegar a perder durante esta pandemia. La crisis sanitaria que atravesamos está culminando en una debacle económica y, qué horror, jurídica, que presagia lo peor. Por eso, estoy firmemente convencido de que el derecho romano, la historia y la filosofía podrían ser las disciplinas, si no vigentes, sí más aplicables en los tiempos que corren.
Puestos a mirar atrás, me siento tentado a hablar sobre la gripe de 1918, pandemia en la que se estableció el confinamiento y la distancia social con menos éxito en España que en otros países –y así nos fue–. De hecho, si no fuera porque esta breve reflexión pretende ser la síntesis de un prejuicio, me animaría a escribir alguna línea sobre la economía de postguerra (Plan Marshall) en que el Fondo Monetario Internacional basa su estrategia para prepararse ante esta nueva crisis. Y, por qué no, completar el análisis de la historia de crisis recientes rememorando la de 2008 que, tras el descuadre de números que desveló el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, dejó entrever otro desencaje aún peor: el de principios y valores de una sociedad NINJA con dirigentes sin remedio. Ahí queda, en todo caso, el más breve de los resúmenes (nueve líneas) de historia de crisis de un siglo.
Y paso a observar al Presidente del Gobierno de España y a los distintos jefes de la oposición con un prejuicio fatal ante la crisis del coronavirus. Están muy perdidos y, lo que más me preocupa, podría darles igual.
Por eso, para afrontar estos durísimos momentos, sugiero recordar errores y aciertos de sabios pretéritos, valores y principios traducidos del latín y el griego de quienes, con humildad, un día dirigieron este mundo. Enseñanzas que, lejos de haberse quedado obsoletas, conforman lo que es Ley, si no vigente, necesariamente aplicable e indudablemente desechada por quienes están al mando.
Desde mi condición de jurista y empresario de la abogacía vivo con admiración este oficio que encuentra su principio en Roma. Ahí me centro, pues. CARLES CUESTA Abogados, firma orgullosa de su bandera nacional, no deja de mirar la historia que le precede por todo el mundo y, desde el pasado, marca el futuro que construimos un equipo de abogados y financieros convencidos de que, aunque la vida es hacia adelante, se aprende desde atrás. Ahí, el éxito de quien trata de anticiparse correctamente. Saber para prever, prever para proveer, recordaba el filósofo y sociólogo francés Augusto Comte que, mirando, como nosotros, al pasado afirmó “el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin”. Seguimos.
Lo más grave de mi prejuicio fatal es que, de todos, a quien más ignoran nuestros mandatarios es a Marco Aurelio. Si no, ¿cómo son posibles tantos bandazos y cambios de opinión en una pandemia con precedentes milenarios?
El sabio emperador, apoyado en la Ley y la moral, vio agotarse el tesoro público y subastó sus bienes en beneficio del pueblo romano. El objetivo era seguir reorganizando servicios públicos en pro, sobre todo, de los más vulnerables basado en un criterio de eficiencia para crear riqueza. La peste se llevó a su mujer y a ocho de sus hijos. Posteriormente, acabó con él que, hasta el final, aceptó con autocrítica cada error y señalaba, decididamente, que la peor peste era la destrucción de la inteligencia. “Nadie me llore, antes luche por evitar que la peste lleve a otros”, dijo en sus últimos días.
Marco Aurelio sugiere: “no lo hagas si no es conveniente, no lo digas si no es verdad”. Oro en polvo en el actual panorama político.
Estamos en manos de quienes ignoran y, lo que es peor, no quieren aprender, principios del pasado que hoy, más que nunca, han de ser Ley. Y ésta, la síntesis un prejuicio.
Carlos Cuesta. Jurista. Alumni CEU.
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