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Limpio el interior del vehículo al empezar el turno, desinfectamos zonas de contacto, preparo mi mascarilla y guantes, recibo el relevo de los compañeros que salen casi sin mirarnos. Es muy importante la ausencia de contacto. Estamos en un servicio tan esencial que nuestra tensión y estrés por no contagiarnos nos está pasando factura. Confinados todo es distinto. Y desde un patrullero todo se ve diferente, la información no cesa de llegarnos de manera directa. La reacción de la gente te hace pensar en qué hemos hecho mal, en qué nos estábamos equivocando.
Nadie podría imaginar (fuera del mundo científico) que nos convirtiésemos en extras de una película de ciencia ficción con tintes apocalípticos. Ruedas de prensa con presidentes de todo el planeta con semblantes inquietantes advirtiéndonos que nos enfrentamos a la mayor pandemia que haya sufrido el mundo civilizado.
Nuestras vidas no es que hayan dado un giro de 180º sino que simplemente nos la han paralizado. Y no se trata de utilizar un término automovilístico, estar en un "stop and go" utilizado cuando un vehículo de competición para realizando repostaje y cambio de neumáticos. Sino que nuestro "stop" no irá seguido de un "go" sino de un "¿y ahora qué?
Este virus va a poner a prueba la capacidad de las políticas para recuperarse, por intentar ser como éramos o para adaptarnos a partir de lo que nos quede en pie. Cada país sufrirá diferentes consecuencias, cada cultura sufrirá una evolución o revolución. Las administraciones no son capaces de predecir (previa consulta con expertos) una cronología de recuperación.
Todo el planeta estamos sufriendo un efecto secundario casi inmediato a los resultados mortales que está dejando el Covid-19 y ese efecto se llama "miedo". Cuando pase todo nos quedará la cicatriz del miedo y cada decisión que tomemos irá de la mano de ese miedo. Economía, cultura, progreso, educación, sanidad, seguridad,....irá salpicado de esa sensación que nos ha generado esta pandemia, que si algo realista ha dejado evidente es la fragilidad del ser humano.
El cazador cazado, el mayor depredador del planeta ha recibido un tirón de orejas. Todo no vale en este mundo, todo no puede estar supeditado a la sociedad del primer mundo dedicada al consumo y "bienestar". El ser humano necesita mirar nuevamente a esa Pirámide de Maslow y recordar que lo primero son las necesidades fisiológicas seguidas de la seguridad. La sociedad ha avanzado dejando atrás muchos valores y esta pandemia nos tiene confinados en casa para hacernos pensar, conocernos mejor y saber qué nos sobraba en nuestras vidas.
Un altísimo coste en seres humanos fallecidos sin el apoyo familiar ni la dignidad ganada en vida y una solución por llegar. Por mucho que hablemos de repercusiones positivas que sacaremos cuando todo acabe, el precio en vidas no justifica la lección que nos ha querido dar el planeta.
Las 20:00h serán recordadas por mucho tiempo (y eso espero) como la hora de la esperanza. De aplaudir con todas nuestras ganas para arrancar unas lágrimas de alegría a los que hoy trabajan por y para los que lo necesitan sin opción de quedarse en casa confinados. Un aplauso para los que se exponen al virus sin mirar el reloj y la hora de volver a casa.
Hay que sellar el compromiso de ser mejores, responsables de las muertes que "hemos provocado" sin ser conscientes, y dedicarles la enseñanza que nos dejó superar este punto y aparte de la historia de la Humanidad.
Enrique Jiménez Carnerero. Alumni CEU.
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